Donde hay amor no hay esfuerzo

lunes, 16 de diciembre de 2013

Otoño en White Lotus Yoga Foundation (Santa Barbara-CA)



¡Fue increíble! Hace siete años que planeaba ese training y elegí el mejor lugar posible
Enseñanza abierta y no dogmática que promueve el cuestionamiento y la beginner's mind para vivir y experimentar todos los conocimientos que llaman Yoga. 
La respiración como inicio de todo, de movimiento, de vida. 
El arte como parte estructural de todo el proceso, con danza, con música, poesía, con sensibilidad. 
La sacralidad abierta a todas las tradiciones, ceremonías de fuego, círculos, meditación vipassana... 
Y todo unido con una constate convivencia con la naturaleza en cada momento. 
La gente que participó eran seres de luz totalmente en su camino y dispuestos a florecer más y más. No había edades, los ancianos eran como niños y los jóvenes eran viejos sabios. 
Esperanza de ser testimonio de tanta luz y verdad. 

Los pies descalzos sintiendo la tierra, los bosques, los rios, el movimiento de la tierra hacia el cielo, del cuerpo reaccionando a ese movimiento, el contramovimiento del cielo hacia la tierra, y el cuerpo bailando con la gravedad como compañera de danza. 
Durmiendo bajo las estrellas, la luna llena, cerca del río, sobre la tierra, con hermanos y hermanas, en completa soledad. 
Plenitud. Felicidad. Certidumbre de saber qué quieres, quien eres. Certidumbre de sentir tu corazón fuerte y sabio. 
Sentir las lágrimas por tanto abandono, abandono de eras enteras sentidas en el corazón. Liberación y el amor más incondicional sentido hacia fuera y hacia dentro. Certidumbre de la responsabilidad de ser lo que eres.

Mi danza cambió, mi yoga cambió, mi respiración cambió, mi silencio cambió, mis palabras son otras. Todo cambió tanto que me trajo de vuelta, siendo más yo de lo que nunca he sido.
Le llaman a Santa Barbara, "The Gathering Place" y lo fue. 
De mi ser interno, de mi ser con otros seres, de mi ser con el universo....



... Y ahí está el bosque. Siempre estuvo ahí. Sólo tuve que esperar a abrir los ojos y mirar desde mi árbol.

Soundtrack

lunes, 23 de septiembre de 2013



La luz de esas estrellas ya ha ocurrido.
En una lejanía inapropiada
para nuestra penosa sensatez,
ya han muerto las estrellas que miramos.
Millones de millones de años luz,
agujeros del tiempo inconcebibles,
la confabulación de la energía,
más allá de cuanto nos resulta soportable,
en una aterradora fiesta sin nosotros.
Todo el escrupuloso asombro de la ciencia
parece que conduce hasta este asombro
con que contempla el cielo un ignorante.
Según nos dicen, hay que seguir viviendo
cercados de preguntas sin respuestas.
Nuestras lentes exploran las galaxias
y nuestra pequeñez sólo es tangible
en el inmaculado abismo de los números,
en el sagrado horror
de cálculos infinitesimales. 




¿Hacia dónde conducen estas cavilaciones
de aturdido astrofísico? Estas cavilaciones
no conducen. Estas cavilaciones ya han estado,
ya han sido desde mí en otro yo que ha muerto
en la distancia. Todo lo que refulge es luz marchita.
Ser es un fui que un no soy yo contempla
desconcertado desde un planeta ajeno.
La Historia y el futuro han sido para siempre
y acosan desde lejos, ya ocurridos.
La vida es la nostalgia incorregible
de habitar un rincón del firmamento
que sólo se ha erigido en el pasado
y cuyo planisferio hemos perdido.




Así que cuando te amo ya te he amado.
El dolor que te causo y que me causas
es un dolor tan viejo que no duele,
aunque puedas pensar que está doliéndonos,
y ese fuego eucarístico en el que me consumo
es un simple capricho de las cronologías,
un voluntario error de apreciación
con respecto al pasmoso suceder de las cosas.
Nuestra felicidad ya no nos pertenece,
vivimos de prestado en lontananza,
que es el inconcebible tiempo de las constelaciones.
La perpetua ordalía de tu cuerpo
es el altar de una ciudad hundida
en donde los ahogados de mí mismo
aún mantienen un culto que ha perdido a sus fieles.
El temblor de quererte, el estremecimiento
de coincidir contigo en esta nada
quizá es una ilusión de mi memoria astral.


Y el caso es que no importa.
No importa que no podamos ser, porque hemos sido;
no importa que en ti no pueda estar, porque ya estuve,
no importa si lo que ya ha acabado nunca nace.
Me incumbe la conciencia del álgebra celeste
y en lugar de alejarme de ti los números me acercan.
No puedo comprender esas distancias
y aunque las comprendiera no las vivo.
Hay una plenitud crepuscular
en la conspiración del universo
para que no nos encontremos tú y yo.
Ya no concibo una embriaguez más grande
que ese convencimiento con que irradias
la falsa luz de las estrellas muertas.
(Cálculos infinitesimales-Carlos Marzal)




Desde ahí sólo me queda cerrar los ojos.
Cuando los abra de nuevo, volveré a ver el bosque.