Yelapa es una pequeña población costera a la que sólo puedes llegar en barco con la jungla llegando justo al mar.
Allí fui para un retiro de tres días con una chamana huichola llamada Arcelia. Gracias a Chrissie y Sarah, madre e hija que gestionan este lugar, El Jardin, pude participar en estas ceremonias a cambio de trabajar en la finca en lo que hiciera falta.

En este retiro vivimos la ceremonía del fuego sagrado y del temazcal con la supervisión de las sagradas medicinas(el jícuri-peyote y la santa maría- desde ese momento siempre la llamaré así). Que nos guiaron en el camino de la liberación del miedo y la sanación del corazón.
Este fue mi segundo viaje con jicuri. El primero, hace ya diecisiete años, me cambió completamente la vida, éste segundo llego con muchas certidumbres en mi corazón, pero me dio matices de entendimiento y lo que es más importante de comprensión. La compasión tomó su lugar y viví todas las certezas que mi mente ya sabía.
Todo de la mano de catorce mujeres sabias y conscientes, cada una en su camino, en su proceso pero todas luminosas. Nuestros cuerpos desnudos se acercaban sin máscaras, sin tensiones, con la franqueza de saber que todas estamos juntas en la misma batalla, la de dejar que nuestro ser interior sea el que se asome cada vez más a nuestra mirada y que las falsas identidades que hemos ido construyendo a lo largo de nuestra vida se vayan diluyendo en lo que son, ilusiones dentro de este mundo construido de ilusión.
Construimos un temazcal con hojas de palma e hilo, con cobijas y amor. El cielo nos acompañó y nos retó, con sol, lluvia, truenos y unas estrellas que nos recordaban a nuestro origen. Somos las mujeres azules, porque venimos del cielo. Somos diosas en evolución, como nos decía Arcelia.
La verdad afloraba y vi cómo en el dolor más intenso, existe el amor más inmenso. Que la persona que te infringe el dolor más profundo, es la persona que más te ha amado y ése es su sacrificio, darte la lección más importante a costa de verte sufrir.
Mi mamá estaba allí más presente que nunca, mi papá también.
Los demás también estábais pero en diferentes detalles, en el contacto del suelo mojado con los pies desnudos, en el mar oscuro rodeándo mi cuerpo iluminado por las estrellas, en la sonrisa de la compañera, en la dura tierra que se resistía a ser horadada...
http://picasaweb.google.com/saritayelapa/CirculoDeMujeresOctober2009?authkey=Gv1sRgCI-b1aiH68_lywE&feat=directlink#5398116532943309074
Qué puedo decir de Arselia, que es la persona más aproximada a lo que he conocido como maestra, y me recordaba a lo que Castaneda decía de don Juan. Una india de edad indefinible, parecía una niña, una adolescente y una anciana a cada momento. Una seriedad y rudeza firmes, combinado con un humor carcajeante y contagioso. Una persona con una trayectoria cabrona y qué sabe muy bien qué es el sufrimiento y cuál es la sanación.
La última vez que la vi, recuerdo su mirada a dos centímetros de mi cara, cargada con milenios de experiencias y con una luz a la vez nueva, incisiva, imposible de zafarse. Y recuerdo sus palabras, "cuando quieras saber, mira al fuego y pregúntale, ahí está la verdad".
La verdad más profunda que me dijo el fuego es que mi camino de desapego es el único camino posible, porque es la única forma de entrega total al otro, sin dejar nada atrás, ir hacia delante con todo, sin pensar en la vuelta. Ya no hay vuelta atrás. Ya no hay vueltra atrás.
Como en la más pura improvisación de Contact, das todo el peso y te apoyas en el otro, confías en que te va a sostener con su peso, si no es así, estás preparado para la caída y vas danzando mientras resbalas, caes, te deslizas en el suelo, te levantas y sigues danzando y dando porque es una fuerza que no se agota nunca.